El hueso, en contra de lo que suele creerse, es una estructura con una enorme vitalidad. Las ideas preconcebidas que nos llevan a considerarlo como materia inerte, quizá surgen de la capacidad que los huesos posee de perdurar más allá de la muerte, cuando los demás tejidos corporales, en condiciones normales, ya han desaparecido.
Pero el hueso y concretamente el tejido óseo que lo forma, no sólo está vivo, sino que es uno de los tejidos más "vitales", de hecho conserva la capacidad embrionaria de regenerarse, en el pleno sentido de la palabra, es decir generarse a sí mismo nuevamente, capacidad sin embargo perdida por otros tejidos de cuya vitalidad no dudamos, como por ejemplo el tejido nervioso cerebral o el tejido muscular del corazón. La curación de las fracturas es una demostración práctica de esa gran vitalidad ósea. Es evidente que bajo ciertas circunstancias los huesos se rompen, pero si se ponen los medios adecuados, los propios huesos resuelven dichas roturas o fracturas, y pasado un cierto tiempo no existe cicatriz ósea que indique el percance ocurrido, lo cual no podemos decir de las heridas que sufrimos en la piel.
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Biología,
Cuerpo humano